sábado, 28 de julio de 2012

MOJARSE LOS PIES



"Aconteció que cuando el pueblo partió de sus tiendas para pasar el Jordán, con los sacerdotes delante del pueblo llevando el Arca del pacto, y cuando los que llevaban el Arca entraron en el Jordán y los pies de lossacerdotes que llevaban el Arca se mojaron a la orilla del agua (porque el Jordán suele desbordarse por todas sus orillas todo el tiempo de la siega), las aguas que venían de arriba se amontonaron."}osué 3.14-16

El pueblo que acompañaba a Josué en la aventura de conquistar la tierra prometida no era el mismo que tanto había fastidiado a Moisés durante cuarenta años en el desierto. Aquella generación, según el mismo testimonio del Señor, era una generación perversa, completamente falta de fe (Nm 14.35). Este nuevo pueblo había aprendido, a los golpes quizás, la importancia de obedecer los mandamientos de Jehová. No obstante, el desafío que el Señor ponía delante de ellos no dejaba de tener verdaderos elementos de riesgo, como ocurre hasta el día de hoy con cualquier aventura de fe. Las instrucciones que el Señor le había dado a Josué era que los sacerdotes tomaran el Arca y cruzaran el río. Les había informado que el río se abriría delante de ellos, permitiendo el paso de todo el pueblo que les acompañaba. No obstante, los sacerdotes debieron entrar al agua y mojarse los pies antes de que ocurriera el milagro prometido.

Congelemos la escena en el preciso instante en el que las aguas golpean contra los tobillos. Es el momento inmediatamente previo a la intervención de Dios, aquel en que más susceptibles somos a abandonar el proyecto que hemos emprendido. Se trata de ese instante en el tiempo en que no asaltan las dudas y el temor se apodera de nuestro corazón. Dios ha prometido abrir las aguas, pero ya estamos en el río y aún no ha acontecido nada. Si seguímos, tendremos que echarnos a nadar. ¿Habremos interpretado correctamente lo que nos quiso decir! ¿De cuántas experiencias similares podremos echar mano para animar nuestra fe! Ninguno de los presentes, salvo Josué y Caleb, habia visto alguna vez abrirse las aguas para dar paso al pueblo escogido.

Todos amamos la parte final de la historia, donde ya el pueblo se encuentra del otro lado del río. Deseamos que se nos cuente entre los que celebran, eufóncos la intervención del Altísimo. Son pocos, sin embargo, los que están dispuestos a mojarse los pies, a jugarse por los proyectos alocados del Señor cuando el elemento de riesgo está en su punto más alto. Esta etapa en la aventura es la más incómoda para el discípulo. Corre peligro de quedar en ridículo delante de los demás. Es en esto, sin embargo, que se debe notar la diferencia en la vida del hombre o la mujer comprometido. No titubea a la hora de avanzar en aquellas cosas que Dios le ha puesto por delante. Armado de la misma valentía que Josué, no presta atención a las voces atemorizadas que se alzan en su interior. Es una persona que sabe en quién ha puesto su confianza. El momento desagradable pasará, y se le contará entre los que festejan la victoria concedida por el Señor.

martes, 24 de julio de 2012

MOTIVACIONES QUE MATAN



"Pero acercándose también el que había recibido un talento, dijo: «Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui Y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo".  Mateo 25.24~25

En la confesión de este tercer siervo encontramos una de las razones por las cuales muchos ministerios no prosperan. El amo no negó que él fuera un hombre que segaba donde no sembraba, ni tampoco que recogía donde no esparcía. Pero estas características, lejos de inspirar al siervo, le infundieron miedo porque veía en ellas las marcas de un hombre duro. Su visión errada del amo es lo que lo llevó al fracaso.

El miedo no inspira, ni nos motiva a tomar riesgos. El miedo paraliza. Cuando el temor se apodera de nuestros corazones las cosas a nuestro alrededor dejan de tener su correcta perspectiva y parecen obstáculos insuperables. Creemos que cualquier paso que tomamos va a terminar en el fracaso y acabamos por no hacer nada. Este siervo, que estaba convencido de que su amo era un hombre duro, tenía más miedo del castigo que podía recibir, que de la posibilidad de fracasar en su intento de hacer una buena inversión.
Muchas veces buscamos movilizar a nuestra gente usando el miedo o la culpa. Les decimos que si ellos no asumen la responsabilidad por tal o cual ministerio, nadie lo hará. Terminan aceptando esa responsabilidad sin la convicción profunda de que esto sea algo que Dios desea para sus vidas. Desde el primer día, entonces, ese ministerio está destinado al fracaso. La persona no lo inició con una motivación sana, y sus acciones lo van a delatar a cada paso que dé.

Lo único que verdaderamcnte puede motivamos a un ministerio sano es l seguridad de que somos amados por nuestro Padre celestial. Cuando nos movemos en Su amor, podemos asumir los riesgos de «inversiones» que podrían fracasar, porque sabemos que no se está progresando por la calidad de nuestros logros. Avanzamos confiadamente en los proyectos que tenemos por delante, porque sabemos que Su amor nos guiará y sostendrá en los emprendimientos.

Nota la manera en que ocurre la transición de Jesús, de una vida secreta a la vida pública del ministerio. Cuando salió de las aguas, se oyó una voz de los cielos, que dijo: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mt 3.17). Antes de que comenzara la tarea para la cual había sido enviado, el Padre estaba expresando al Hijo su amor incondicional. Todos los cuestionamientos, las dificultades, y aun las traiciones que le esperaban en el futuro no iban a neutralizar la fuerza de esta relación entre Padre e Hijo. ¡Cómo no sentirse, entonces, libre para avanzar confiado por el camino que se le había marcado!

domingo, 22 de julio de 2012

PERSEVERAR EN LA ORACION




"También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar." Lucas 18.1

La falta de perseverancia en la oración es uno de los problemas más comunes que enfrentamos en la vida espiritual. Esto es particularmente así en estos tiempos en los cuales estamos acostumbrados a la gratificación instantánea de nuestros deseos. Aunque nos proponemos, una y otra vez, buscar mayor
crecimiento en esta disciplina, pareciera que requiere de una disciplina extraordinaria avanzar en esta dirección.

Hay dos cosas que, según la parábola que contó Jesús, pueden ayudarnos a no desmayar en la oración. En primer lugar, debemos creer en lo válido de nuestra petición. La viuda tenía una convicción inamovible que su causa era justa y que por eso debía insistir en buscar una solución. Sospecho que en esto, muchos de nosotros no creemos demasiado en lo que estamos pidiendo. Pedimos una o dos veces lo que deseamos de! Padre, pero frente a la falta de resultados, abandonamos rápidamente e! pedido que, hace apenas unos días, creíamos indispensable para nuestra vida. En segundo lugar, debemos tener convicción de que la respuesta va a venir, aunque pueda haber, a nuestro entender, una demora en e! tiempo de la respuesta.

La viuda no se daba por vencida porque creía que realmente iba a obtener una respuesta a la situación que estaba exponiendo ante el juez injusto. Por un tiempo tuvo que convivir con la indiferencia de este hombre, pero lo terminó agotando con su continuo pedido. Aunque Cristo señaló que nuestro Padre Celestial de
ningún modo posee las mismas cualidades que el juez injusto, debemos, de todas maneras, superar e! obstáculo de! aparente silencio de Dios. Es solamente una convicción profunda en la bondad de Dios y su deseo de bendecir a sus hijos lo que nos va a sostener cuando aún la respuesta no haya venido.

Se hace evidente, entonces, que para cultivar este tipo de oración debemos superar las peticiones tibias y esporádicas que muchas veces elevamos al Señor. Muchos piensan que orar con persistencia significa tener que esperar semanas y aun años para ver respuesta. Aunque esto es verdad en ocasiones, no es siempre así. Una persona puede hacer una oración persistente en un cuarto de hora. Las oraciones largas no
necesariamente son oraciones persistentes. Mucho más importante que esto es cuán intensamente oramos. Nuestras oraciones deben ser intensas. Cuando uno ora con un sentimiento intenso de humildad -entremezclado con una profunda dependencia de Dios- aprende la definición de lo que es oración perseverante».

sábado, 21 de julio de 2012

APRENDICES DE DIOS


"y el Señor dijo a Samuel: iHasta cuándo te lamentarás por Saúl, después que yo lo he desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite y ve; te enviaré a Isaí, el de Belén, porque de entre sus hijos he escogido un rey para mí." 1 Samuel 16.1

El Señor bien podría haber dado instrucciones más precisas que estas a su siervo Samuel. Podría haberle dicho: «Cuando llegues, pregunta por David, que es el hijo menor de Isaí. El es la persona que he escogido para rey. Ungele y bendícelo en mi nombre". Pero el Señor, fiel a su estilo, le dio solamente la información que necesitaba para que el profeta se pusiera en marcha.

Cuando Samuel llegó a Belén, comenzó el proceso de buscar al nuevo rey. Dios no intervino. Usando Samuel sus propios criterios, creyó haber encontrado al nuevo rey cuando vio al hijo mayor. En ese mismo momento Dios habló, y le dio instrucciones adicionales, revelando el principio que debía guiar el proceso de
selección: «Jehová no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón" (1 S 16.7).

Las directrices incompletas que le dio el Señor a Samuel revelan un importante principio acerca de la manera en que Dios se relaciona con nosotros. Nuestra tendencia en el servicio a Dios es a creer que estamos trabajando para Dios. Si fuéramos meros empleados del Altísimo, él nos daría instrucciones completas, porque nuestra función sería solamente cumplir con lo encomendado. Sin embargo, esta no es nuestra función. En toda obra que Dios nos manda a realizar, él también está interesado en seguir trabajando en nuestra vida. Las instrucciones incompletas que Dios le dio a Samuel obligaron, primeramente al profeta a caminar en fe. Pero durante el proceso de selección, habiendo cometido el error de mirar lo externo de las apariencias, Dios le enseñó una importante lección acerca de los criterios que Dios usa para tratar a los hombres. La lección, enseñada en el momento preciso, iba a quedar grabada en el corazón de Samuel por el resto de su vida.

De manera que podemos afirmar que en cada proyecto que Dios nos da, él tiene dos metas importantes que cumplir. Una de ellas es que el proyecto se lleve adelante conforme a las directrices que él nos ha dado. Pero la segunda es que, en el proceso, nosotros sigamos creciendo y aprendiendo acerca de cómo se lleva adelante la obra de Dios. No se vea nunca como un mero empleado de Dios. Tú no estás trabajando para Dios. Té estás trabajando con Dios, en calidad de aprendiz. Como Padre amoroso, a medida que realizan proyectos juntos, él te va corrigiendo y enseñando los «secretos» del oficio. Que tu concentración en lo que estás haciendo no sea tal que te lleve a perder de vista esta obra preciosa que él quiere realizar en tu interior. Cada día traerá promesa de nuevas lecciones al lado del Gran Alfarero.