"y les dijo: Este género con naDa puede salir, sino con oración y ayuno". Marcos 9.29
No sabemos qué es lo que produjo mayor frustración en los discípulos: El hecho de que no habían podido sanar al epiléptico, o la explicación que Jesús les dio acerca de por qué no pudieron hacerlo. No ha de sorprendernos que los discípulos se sintieran un tanto mortificados. En lugar de encontrar la salida para e! muchacho, se habían enredado en una discusión con los fariseos. Cuando Jesús llegó, se ocupó del muchacho con una sencillez y autoridad que marcaba un dramático contraste con la inseguridad de los discípulos. iDe seguro que se sintieron avergonzados por su falta de efectividad y esto los llevó a pedir una explicación!
La respuesta de! Maestro, sin embargo, no esclarecía mucho e! panorama. ¿Por qué él dijo que era necesario orar (y ayunar, según algunos manuscritos antiguos)! La verdad es que él no oró ni ayunó en esta ocasión. Simplemente indagó un poco sobre e! historial del muchacho y luego expulsó e! demonio. ¡Así de fácil! ¡Cómo podía, entonces, señalar la oracíón y el ayuno como el «secreto» del éxito logrado? ¿Se refería, acaso, a que los discípulos debían orar, aunque él no lo había hecho, porque ellos no tenían la autoridad que él tenía? La verdad es que quiza no fuera esta su intención.
El comentario de Jesús indica que la oración debe ser una parte fundamental del armamento que el siervo de Dios utiliza para enfrentar el mal. Pero el momento para echar mano a Ia oración no es cuando la batalla ya está librada. No podemos detenernos para afilar nuestra espada cuando tenemos al enemigo encima nuestro. Cuando llega la situación que requiere de una enérgica y rápida intervención, el siervo de Dios debe actuar. El momento para orar, en cambio, es antes de la batalla.
Solamente por medio de la oración podrá obtener la sabiduría y la autoridad necesarias para ser efectivo. Seguramente esta es una de las razones por las que Jesús frecuentemente se apartaba a lugares solitarios para orar. En esta ocasión, Jesús venía del monte de la Transfiguración, donde había participado de una singular experiencia con el Padre. Sus sentidos espirituales estaban agudizados. En un sentido, cuando bajó al llano, él ya venía «orado», de modo que cuando se presentó la oportunidad de ministrar, pudo intervenir en forma decisiva.
Esta ha sido, también, la característica de todo ministerio efectivo a lo largo de la historia del pueblo de Dios. Quienes han dirigido estos ministerios siempre se han caracterizado por ser personas con vidas de oración bien desarrolladas. Así también debe ser entre nosotros. Constantemente nos enfrentamos a situaciones ministeriales imprevistas. Muchas de ellas no nos dan tiempo para prepararnos. Más bien, debemos actuar en ese mismo instante. ¿Cómo no aprovechar, entonces, los tiempos de quietud y silencio para cultivar esa vida espiritual que marcará la diferencia a la hora de actuar? ¡Si aspiramos a derrotar al enemigo, debemos mantener siempre afiladas nuestras espadas!
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