martes, 28 de febrero de 2012

EN DEFENSA DEL MINISTERIO

Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios para servir a las mesas. Hechos 6.2

Cualquiera de nosotros que hemos estado un tiempo en el ministerio sabemos exactamente de que está hablando este pasaje. ¡Cuántas veces nos hemos visto obligados a repartir nuestro esfuerzo entre varios proyectos a la vez, porque la demanda del trabajo es mayor que la mano de obra disponible!  Esta realidad es una constante dentro de la congregación local, y requiere que el pastor sea una persona de muchos talentos, ocupado en una diversidad de actividades.

Los apóstoles se encontraron rápidamente envueltos en una situación similar. Las necesidades de un creciente número de personas que recibían alimentos los había llevado a estar cada vez más ocupados en el tema de la distribución de la comida. El trabajo debía ser organizado, las dificultades debían ser superadas y los nuevos desafíos necesitaban ser encausados. No daban abasto con la incesante lista de cosas para hacer. En medio de todo esto, sin embargo, pudieron detenerse para evaluar lo que estaba ocurriendo. Envueltos en un proyecto por demás loable y necesario, estaban desatendiendo su verdadero llamado, que era el de dedicarse a la oración y la Palabra. A nuestros oídos mezquinos, el comentario de los apóstoles suena un tanto elitista. Muchas veces se escucha a personas decir que ellos no deseaban ensuciarse las manos con trabajo que consideraban por debajo de su verdadero lugar dentro de la congregación.

Nada podía estar más lejos de la verdad. Los apóstoles no estaban diciendo que servir las mesas era un trabajo poco digno de sus habilidades. Lo que estaban diciendo es que ellos estaban siendo infieles a su llamado por enredarse en cosas a las cuales no habían sido llamados. En medio de la vorágine del ministerio no habían perdido la capacidad de mantener el ojo puestó sobre el objetivo principal de su llamado.

El hecho es que si Dios nos ha llamado a hacer cierta tarea, toda otra actividad -por más santa y noble que sea- es una distracción de nuestra verdadera vocación. En el caso de los apóstoles, había muchos que podían servir las mesas. Probablemente, lo podían hacer con mayor gracia y eficacia que los apóstoles. Pero
las tareas de velar por la congregación y enseñar los principios eternos de la Palabra, no podían ser delegadas a otros, porque habían sido encomendadas a ellos.

La historia identifica uno de los problemas que más frecuentemente enfrenta el pastor: convertirse en una persona que hace de todo, pero no apunta a nada. Enredarse en muchas actividades de la congregación puede llevar a la pérdida del sentido de dirección en el ministerio. La mucha actividad no es necesariamente una señal de que el pueblo está avanzando hacia un objetivo puntual. A veces no es más que la evidencia de que están bien perdidos.

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